En Colombia no solo se hereda la guerra, también la paz

Sergio Andrés Morales-Barreto, Universidad de La Sabana

Cuando se habla de violencia política, el mundo piensa en los Balcanes, Irlanda del Norte o Sudáfrica. Colombia comparte ese mismo destino: un país atravesado por guerras internas que se prolongaron durante más de medio siglo y que aún hoy continúan en formas distintas. El país ha sufrido diversas formas de violencia que se superponen, se transforman y resurgen.

Sin embargo, a pesar de tanta sangre derramada, Colombia permanece unida, aferrada a su democracia y a la idea de que siempre hay un mañana.

De La Violencia a las guerrillas

El primer gran ciclo comenzó en los años cuarenta y cincuenta, con la violencia bipartidista entre liberales y conservadores, conocida como La Violencia. Lo que empezó como rivalidad política se transformó en una guerra civil no declarada que dejó más de 200 000 muertos. Familias enteras fueron arrasadas por identificarse con el color del partido que para otro era el equivocado. En ese contexto, nació una memoria de odio cruzado, en la que ser de izquierda o de derecha podía costar la vida.

De esos escombros surgieron guerrillas marxistas en los años sesenta como las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y el Ejército Popular de Liberación (EPL), que se proclamaban herederas de las luchas campesinas y de la Revolución cubana. Durante décadas, controlaron territorios enteros, impusieron su ley en regiones olvidadas por el Estado y financiaron su lucha a través del secuestro, la extorsión y, más tarde, el narcotráfico.

Paramilitares y narcotráfico

La otra cara del espejo llegó en los ochenta con el auge del narcotráfico y los grupos paramilitares. Mientras las guerrillas decían luchar por un cambio social, los paramilitares se presentaban como defensores del orden frente a la “amenaza comunista”. En la práctica, ambos bandos terminaron reproduciendo lógicas similares, controlando territorios, reprimiendo a civiles y aliándose con economías ilegales. La violencia contra líderes sociales, sindicalistas y campesinos se volvió cotidiana y, hasta nuestros días, parte de los titulares.

Tristemente, Colombia se convirtió en un laboratorio de horrores: bombas en ciudades, masacres rurales, magnicidios de candidatos presidenciales, persecuciones a periodistas… El dramaturgo griego Esquilo escribió que “la verdad es la primera víctima”, y en Colombia la verdad fue mutilada tantas veces como las comunidades que quedaron en silencio.

Las disidencias y el posacuerdo

En 2016, el Acuerdo de Paz con las FARC fue leído de maneras opuestas. Para algunos significó la firma de un verdadero pacto de paz, mientras que para otros apenas un armisticio frágil que no resolvía las raíces del conflicto. Lo cierto es que, más allá de esas posturas, el país vivió la ilusión de cerrar un ciclo para concentrarse en otros problemas urgentes, como la desigualdad, la reconstrucción de comunidades golpeadas por la violencia y la tarea pendiente de reconectar con los pueblos que durante décadas sintieron la ausencia del Estado.

Firma de la Paz entre el Gobierno de Colombia y las FARC.
Gobierno de Chile/Flickr, CC BY

Sin embargo, como nos ha mostrado la historia universal de las guerras –desde la Rusia postsoviética hasta el posconflicto de los Balcanes, pasando por Irlanda del Norte y el Proceso de Paz de Viernes Santo o los intentos de reconciliación en España tras la violencia de ETA–, los acuerdos no borran las lógicas de violencia de un día a otro.

Hoy, en Colombia persisten disidencias de las FARC, el Clan del Golfo, el ELN aún activo y múltiples grupos locales que se disputan rentas ilegales. Son, en muchos sentidos, hijos de un conflicto que muta pero nunca desaparece del todo.

Violencias cruzadas: derecha e izquierda

La historia colombiana también enseña que la violencia no es patrimonio exclusivo de un sector ideológico. La izquierda armada justificó décadas de secuestros y atentados en nombre de la revolución. La derecha armada organizó masacres y desplazamientos bajo la bandera del anticomunismo. Y el narcotráfico, que no tiene color político, corrompió a unos y a otros.

Estas violencias cruzadas no son ajenas al mundo. En la Europa del siglo XX, la derecha fascista y la izquierda estalinista practicaron sus propios regímenes del terror. En América Latina, dictaduras militares y guerrillas urbanas reprodujeron ciclos similares. George Orwell, en Homenaje a Cataluña, ya había descrito que las luchas fratricidas terminan devorando a quienes dicen combatir por un ideal.

La memoria y la unidad

Frente a tanto dolor, surge una pregunta inevitable: ¿qué mantiene unida a Colombia? La respuesta está en la vida cotidiana.

A pesar de la guerra, las elecciones nunca dejaron de celebrarse. De hecho, en 2026 tendrán lugar las presidenciales y, en caso de presentarse una segunda vuelta electoral, esta se cruzará con el mundial de fútbol que tendrá lugar en Estados Unidos, Canadá y México. Ese deporte, que para muchos es casi una religión civil, se convierte en un recordatorio de que hay símbolos compartidos capaces de superar las divisiones.

Pero no es solo el fútbol. La música, la gastronomía y la literatura colombiana han convertido la tragedia en relato universal. La cultura sigue floreciendo y el país resiste en medio de la adversidad. Gabriel García Márquez, narrador de estas tragedias, decía que “la vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”.

La Comisión de la Verdad establecida para investigar el conflicto armado tras el acuerdo de paz recogió miles de testimonios que muestran cómo, en medio de la barbarie, los colombianos nunca dejaron de reinventar formas de solidaridad y convivencia.

Los herederos de la paz

Colombia no es un mapa de disidencias, organizaciones armadas y conflictos; es un país que insiste en seguir siendo una democracia en medio de la tormenta. La guerra ha dejado cicatrices pero no ha logrado borrar la idea de comunidad. Esa resiliencia coloca a Colombia en un lugar singular en el mundo, el de un pueblo que ha sufrido la violencia de derechas e izquierdas, de guerrillas, paramilitares y represión estatal, y que aún así se reconoce bajo una misma bandera.

Los herederos de la guerra existen, pero también las generaciones que apostamos por no repetir la historia. Al final, lo que define a Colombia no es la guerra que heredamos, sino la paz que decidimos construir.The Conversation

Sergio Andrés Morales-Barreto, Coordinador académico y profesor del Departamento de Teoría Jurídica y de la Constitución de la Facultad de Estudios jurídicos, políticos e internacionales, Universidad de La Sabana

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

Ir a la fuente
Author: viajes24horas

The post En Colombia no solo se hereda la guerra, también la paz first appeared on Diario Digital de República Dominicana.

Fuente:

https://republicadominicana24horas.com

Deja un comentario

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *