‘Hacer el agosto’: cereales, verano y lenguaje

Javier del Hoyo Calleja, Universidad Autónoma de Madrid

Julio y agosto son dos meses abrasadores en el hemisferio norte, pero gracias a ellos ha vivido durante siglos la Europa agrícola. En ellos se lleva a cabo la cosecha de los cereales de secano, algo tan importante para la vida y la economía de los pueblos mediterráneos.

Estas cosechas nos han legado infinidad de palabras, a veces en forma de preciosas expresiones y metáforas. Por ejemplo, “hacer el agosto”, símbolo de los pingües beneficios que percibe el agricultor ese mes, y por extensión los que se embolsa un vivales que en cualquier mes del año redondea sus cuentas corrientes. Una expresión que significa algo completamente distinto de aquel “agostar” un terreno por el excesivo calor que abrasa los cultivos.

Viví los veranos de mi niñez en un molino de agua en la provincia de Burgos, donde veía cómo desde la mañana venían los agricultores de los pueblos vecinos trayendo sus remolques llenos de grano, todo tipo de grano: cebada, centeno, avena, trigo… Estas palabras cotidianas y sencillas guardan el secreto de muchas otras que usamos en castellano sin ser conscientes de su relación.

Cebada: del alimento o cebo al orzuelo

Muy común era la cebada. Si cebada en latín se dice hordeum, muy distante de cómo se expresa en nuestra lengua, del diminutivo (hordeolum) nos ha quedado el “orzuelo”, que semeja un minúsculo granito de cebada bajo los párpados. Y el nombre de la cebada, ¿de dónde viene? Del fin que se le daba a este cereal, el de cebar a los animales; todavía en italiano cibo significa comida o alimento en general, nuestro “cebo”.

Por cierto, que el Diccionario de la Real Academia Española ofrece “forúnculo” como sinónimo o palabra afín de orzuelo, que proviene de furunculum, “ladronzuelo”, diminutivo de fur, “ladrón”. Así llamamos a ese tallo secundario de la vid que se comporta como un ladrón, pues roba la savia furtivamente al tallo principal. De ahí pasó más tarde al cuerpo humano por su forma análoga.

Centeno, ciento por uno

Interesante también es el centeno (secale cereale, “cereal que se siega”). Su nombre en español responde a aquella parábola evangélica en la que Cristo decía que de la semilla que caía en tierra buena, unos darán treinta, otros sesenta y otros el ciento por uno (centenus). Había un sentir tradicional en la Antigüedad que indicaba que el centeno era el cereal más fecundo; o sea, que llegaba a dar el ciento por uno.

Avena, alimento y flauta

Y también llegaban remolques de avena, del latín avena, ahora tan de moda en los desayunos por sus propiedades y porque, según algunos expertos, podría ser incluida en la dieta sin gluten. Con la caña endurecida de la avena se hacían elementales flautas, como un caramillo (nombre que procede de calamellus, diminutivo de cálamo, “cañita”).

Espelta, inmolaciones y emolumentos

Más raro de encontrar entonces era la espelta o trigo espelta (Triticum spelta), el primero de los cereales que cultivó el hombre. También conocida como “escanda mayor”, es un cereal similar al trigo que se utilizó mucho en la Roma clásica. Con sus granos molidos (mola) y mezclados con sal, se hacía una pasta, la salsa mola, que se colocaba en el cuello de las víctimas antes de ser sacrificadas a los dioses.

A partir de ahí surgió el verbo inmolar y la inmolación, aunque ni los yihadistas suicidas que se inmolan por una causa, ni los ejecutivos que entregan su tiempo libre inmolándose por la empresa se espolvoreen salsa mola en la espalda. Y de la actividad de la molienda conservamos los emolumentos, es decir, la “retribución pagada al molinero por moler el grano”, aunque se utilice hoy para un sueldo o paga en general.

Trigo, trilla, trizas y triturar

Sin duda el rey de los cereales era el trigo, que proviene de un latino frumentum triticum (“triturado”), y cuya voz tiene que ver a su vez con el trillo y con triturar, entre otros muchos términos. Eso indica que se abandonó el sustantivo latino que lo designaba, frumentum, mantenido todavía en el italiano actual, frumento, y permaneció la finalidad del cereal, es decir, ser molido, triturado, para alimento.

De la misma raíz conservamos “triza”, algo en lo que terminamos después de un día de mucho trabajo, es decir, destrozados, hechos trizas. De esa misma raíz podemos tener el corazón contrito y atrito, triturado y destrozado por el peso de la culpa ante un delito o un pecado.

Y también nos llegan detrimento y detrito (del verbo latino detero), que equivaldría a quebranto.

Del trigo al bronceado

Hemos hablado del trillo (también la trilla), del latín tribulum, un instrumento que los jóvenes han visto quizás en paradores y hoteles elegantes convertido en mesa con un cristal encima, que trituraba la espiga en las eras separando el grano de la paja. Y en efecto, ya lo han adivinado ustedes, de aquí provienen también tribulación y atribulado, es decir, atormentado o triturado por dentro.

Sólo mucho más tarde, y ya desde el propio español, surgió el color trigueño de una persona, que hoy día diríamos bronceado, pero que se obtiene hoy de manera muy diferente al origen de la palabra. No son lo mismo diez horas trabajando bajo el sol, que dan ese color trigueño al labriego, que diez horas tumbado en la playa o en la hamaca.

Javier del Hoyo Calleja, Catedrático de Universidad (área de Filología Latina), Universidad Autónoma de Madrid

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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Author: viajes24horas

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https://republicadominicana24horas.com

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